Mi cabello Mi corona
Illari quiere
llevar el pelo suelto a la escuela. Ha insistido por meses y yo finalmente, sin
más armas y sin más excusas he accedido. Ha sido un ejercicio mental, un
ejercicio de identidad y un triunfo para mi alma. Confieso que no ha sido
fácil. Confieso que a pesar de mis tantos y tantos años con mi cabello natural,
de mis tantos años como activista y mis luchas por la aceptación y revaloración
de nuestras características físicas, ver a mi hija con su cabello suelto, no
acababa de tener una forma correcta en mi cabeza. Ha sido una aventura lidiar
con la idea de que mi hija lleve su cabello suelto y lo más importante, aprender
a gustar de él.
En nuestra casa, a
ella nunca le ha tocado vivir los conocidos rituales de alisamiento y estiramiento
del cabello. Nunca le tocó experimentar ni sentir ese olor producido por el
cabello que se quema, o esos olores amoníacos
que a menudo vienen del proceso de alisar nuestros cabellos. Ella siempre vio a
las mujeres mayores en casa usando ¨Dreadlocks”
y muy satisfechas con su cabello.
A ella eso del
cabello suelto le llegó natural, como si nada, como si desde siempre su cabello
fuera hermoso y fuera posible solo llevarlo puesto, así nada más, como le fue
entregado, sin el peso de la historia y de la mente. Ella solo quiere llevarlo
suelto como sus compañeritas de escuela,
con la conciencia plena de que es diferente pero naturalmente hermoso,
naturalmente suyo. Les prometió que para su cumpleaños número siete les tendría
una sorpresa, la verían finalmente con
el cabello suelto.
Para nosotras, sin
embargo, el cabello continúa siendo un lento proceso de aceptación, de amor
propio, de reconocimiento y autoestima. Y aquí no hablo solamente de mujeres
negras de la diáspora. Habiendo vivido y visitado diversos países del
continente africano, puedo incluir en mi observación contextos africanos, en
donde también el cabello tratado con químicos, es una parte casi natural de la
cotidianidad de muchas mujeres. Y el cabello natural en las mujeres negras en
nuestros tiempos, es a menudo considerado
(como fue considerado en los 60s y principios de los 70s en los Estados Unidos)
como un manifiesto revolucionario o una declaración política.
Y es que la
historia de nuestro cabello, (…como si
tuviera que haber una historia detrás del cabello…) continúa siendo una
historia más de desnaturalización, opresión y deshumanización. Es que alrededor de nuestro cabello,
así como alrededor de los cuerpos de las mujeres negras, se dio un proceso de
desnaturalización y descalificación. Y lo que es a peor es que así como se nos hizo creer, que entre más
oscura es la piel más primitivos o animalizados son los comportamientos; se nos
convenció de que entre más oscura la piel, mas “duro” y feo es el cabello.
Nos convencieron
de que nuestro cabello, no era lo suficientemente bueno, ni lo suficientemente
hermoso. Nos indujeron a pensar que lo “natural” era llevar el cabello
químicamente tratado y que nuestro cabello era inapropiado para ciertos
contextos y por tal razón debía ser sometido al trauma de los peines candentes
que lo estiraban, o a poderosos químicos o a cualquier otra forma que
permitiera convertirlo en algo apropiado para ser presentado y presentable ante
los otros. Y ahora resulta que nosotras mujeres negras, tenemos que hacer toda
una argumentación ideológica para
justificar la importancia de llevar nuestro cabello como naturalmente es. Ahora
resulta que nosotras mujeres negras tenemos que ser “conscientes” de alguna cosa para llevar el cabello en su estado natural.
Resulta que usar el cabello en su estado natural es “político” y que llevar nuestro
cabello de la forma como nace de nuestro cuero cabelludo es un manifiesto
ideológico. Yo le llamo a eso: el mundo al revés.
¿Cuándo el cabello
de alguien puede convertirse en un manifiesto político? ¿Cuándo alguna parte
del cuerpo de alguien, en su estado natural tiene el poder de convertirse en un
arma de ideología o de batalla? ¿Por qué permitimos que nuestros cuerpos o
nuestras características físicas sigan siendo un arma en contra de nosotras
mismas?
Como nos convertimos en esto
Nuestra infancia transcurrió
con el deseo de tener cabellos largos y lacios. Todas las princesas de los
cuentos siempre tuvieron cabellos ¨largos, lacios y sedosos”. La Bella durmiente, Cenicienta, Ariel,
Pocahontas, Rapunzel y otras tenían en común sus “hermosos cabellos”. Cuando niñas también aprendimos a querer ser
princesas, entre otras cosas porque sabíamos que los príncipes se quieren casar
con ellas. El cabello largo además, ha sido asociado históricamente con feminidad
y porque no decirlo, con sexapil.
Esas eran las
imágenes de mujeres hermosas que nos construyeron y que construimos. Nuestra
ausencia en la televisión, en la publicidad y en la calle, en los libros e imágenes
en la escuela así como la ausencia de imágenes positivas que nos reflejaran y
con las cuales pudiéramos sentirnos identificadas fueron una constante durante
nuestra infancia. No logramos encontrar mujeres que se nos asemejaran para
convertirlas en nuestros modelos. Por el contrario, la gran mayoría de las
imágenes que pudimos ver, por ejemplo en las telenovelas, representaban roles e
imágenes negativas y subordinadas que nunca constituyeron algún rol digno de
ser emulado.
Recuerdo
claramente las tardes de juegos entre hermanas y amigas, en que jugábamos de ser
señoras de alta alcurnia que llevaban cabellos largos. También jugábamos de “muchachas” hermosas que tenían largas y
rubias cabelleras. Entonces nosotras
solíamos colocarnos toallas sobre la cabeza para asemejar esos cabellos largos y
caminábamos hablando con tono novelesco.
Recuerdo las sesiones
de tías, primas y amigas en donde entre cafés y sopas de abuelas se discutieron
características y se hicieron comparaciones entre los cabellos de las unas y de
las otras utilizando adjetivos negativos para los cabellos más crespos y otros
adjetivos más benévolos para los menos crespos o más suaves. Nosotras también
debimos escuchar eso del “pelo bueno”
para la prima con el padre o la madre no negras y la “suerte” de tener ese cabello “bueno”,
implicando automáticamente la desdicha de quienes no lo teníamos. Cuantas veces
no escuchamos entre plática y plática, sobre
el trabajo que daba peinar nuestro cabello y el no poder esperar a que llegara
la edad necesaria para alisarlo y de esa forma, pudiéramos hacernos cargo de
nuestro propio cabello.
De niña recuerdo
haber derramado muchas lágrimas en esas sesiones de peinados. No existían entonces
esos productos para facilitar el peinado, y de haber existido, no llegaban a
nuestros países. A pesar de terminar con los ojos jalados hacia arriba, por lo
fuerte que eran apretadas esas trenzas,
los resultados de esas sesiones solían ser maravillosos. Obras de arte florecían
de ese esfuerzo en las cabecitas de las niñas negras. Al final, a pesar de las
lágrimas, el premio eran niñas felices luciendo adornados y relucientes peinados
que duraban una, dos o más semanas hasta la nueva sesión.
Para muchas de nosotras,
fue la llegada a la pubertad lo que determinó el fin de nuestro cabello
natural. Fue un momento que ya había venido siendo anunciado y muchas veces
aguardado. Fue a los trece años aproximadamente cuando mi madre decidió que era
el momento justo para la transición. De esta forma, ella también se desentendía y me entregaba esa
responsabilidad. Sucedió igual para mis hermanas, primas y muchas de mis amigas.
La pubertad fue el momento en donde, casi como un rito de pasaje, madres, tías
o abuelas consideraron como el momento oportuno para alisar nuestro cabello,
alivianar el trabajo y entregarnos, casi
como un pergamino, la responsabilidad y el control de nuestros cabellos. El
mensaje era claro: ya eres una mujer y entonces te paso esta carga, un poco más
liviana, pero a partir de ahora tu
cabello es tu responsabilidad, y como toda una señorita, deberás llevarlo con
formalidad y dignidad. En el fondo no las culpo, solo repetían patrones, fue lo
que aprendieron, lo esperado, lo obvio, lo asumido.
A partir de ahí, la
historia incluyó las enruladas nocturnas y las sesiones de alisado cada cuatro
o cinco meses. Este proceso era normalmente realizado en casa y dependíamos de parientes o amigos que podían traer el
producto de los Estados Unidos porque entonces,
conseguirlo en las tiendas locales resultaba prácticamente imposible por
lo que era necesario encargarlo y esperar la siguiente visita.
Este procedimiento
de alisado para mí siempre fue una tortura. Ese olor amoníaco siempre me resultó
repulsivo, además de que nunca conseguía aguantar el tiempo necesario con la
crema en mi cabeza. El cuero cabelludo empezaba a quemarme y sin previo aviso, corría
a lavarlo haciéndome merecedora del enojo de la peinadora, y los reclamos del
resto de las presentes, porque entonces los resultados no serían los esperados.
Cuantas veces no terminé con quemadas en la frente, en la nuca o en el cráneo que
solo consiguieron convencerme de que eso no era para mí. Porque aparte de cualquier
nivel de conciencia, la verdad es que nunca me gustó, era incómodo, desagradable y requería de un mantenimiento
que yo no estaba dispuesta a darle. Recuerdo el cargo de conciencia por meterme
al mar o a las piscinas, porque después del trabajo que daba el peinado, el
cabello no debía mojarse. El mantenimiento siempre fue tedioso, sin embargo yo
entendía, que era eso lo que había que hacer, era lo ¨necesario¨. Era un requerimiento para entrar en la adultez dignamente,
y aunque las cosas han cambiado un poco, continúa
siendo necesario hoy.
A pesar de los
cambios, hoy es más común que antes observar niñas llevar el cabello
químicamente tratado y muchas madres colocan
esos productos en las niñas desde los
tres o cuatro años. El fin de semana de muchas mujeres está determinado por el
ritual ineludible del salón de belleza. Y aunque entiendo que en muchos casos
esta rutina puede resultar terapéutica, ahí se gastan hasta seis horas de su día
libre entre peinadoras, alisados y peinados como un requisito necesario para
vivir una vida presentable y digna.
Eso fue lo que aprendimos
desde siempre. Porque cuando las mujeres negras llevan su cabello crespo libremente,
esta “desarreglado”, “despeinado” y es
“informal”. Porque ya paré de contar las veces en que me enfrasque en
discusiones con mujeres inteligentes y “conscientes” que defendían el alisado
como una moda o como una forma más de llevar su cabello. Muchas de estas mujeres
justifican su decisión y la negativa de volver al cabello natural en función de
sus trabajos, en función del sistema que no las acepta, en función de la dificultad de manejarlo y en
la informalidad que representa. Utilizan el argumento de algunas estilistas que
sostienen que volver al cabello natural es un proceso largo, complicado y
dañino para el cabello. Yo me pregunto
que más dañino para el cabello y para el organismo que los químicos a los que
se le somete. Estas mujeres quieren
triunfar y según ellas, su cabello en estado natural no les favorece. Y reconociendo
el derecho de cada persona de llevar su cabello de la forma que mejor le
parezca, lo interesante es que estas mujeres no logran establecer ninguna
relación con autoestima o estándares de belleza, o con un sistema de dominación que nos ha condicionado
para responder a patrones idealizados y completamente ajenos a nuestras
características físicas.
Luego de la
experiencia fallida del alisado, me embarqué en la moda de las trenzas largas
reforzadas con extensiones. A pesar de que me gustaba el resultado, tampoco funcionó
por mucho tiempo. Cada sesión de trenzado terminó en dolores de cabeza
insoportables que ameritaron hasta el uso de analgésicos por dos o tres días
para aliviar la tortura. La verdad es que nunca me sentí realmente cómoda. Creo
que influyó también el hecho de que nunca fui lo suficientemente vanidosa como
para dedicar el tiempo necesario en esos menesteres. Fue talvez un arranque de
honestidad conmigo misma lo que me hizo un día soltar las últimas trenzas y
decir: esto es suficiente para mí. Vi a muchas de mis amigas y familiares sufrir
de dolores de cabeza por la misma causa, pero la satisfacción del cabello largo
fue para ellas más poderoso. Las trenzas fueron una tortura voluntaria, que si
bien resultó en cabellos nítidamente
peinados y muy hermosos, para mí no compensaba el dolor que implicaba. Creo
además, que si bien este peinado se asemeja un poco más a nuestras formas
ancestrales, el objetivo ha estado siempre orientado en una dirección:
disimular la apariencia natural de nuestro cabello.
La lista no acaba
ahí, luego vinieron el cabello sintético (o humano) adherido al nuestro para
asemejar cabellos largos, y las pelucas lacias que desde que recuerdo han sido
parte del guardarropa de las tías, vecinas y las señoras que veía en la Iglesia
cuando crecía. Y es que crecimos pensando que nuestro cabello no era capaz de
crecer como crece el cabello lacio. Nos criamos con el mito de que al crecer
hacia arriba, nuestro cabello nunca podría llegar a ser tan largo como el lacio.
Y yo lo creí hasta mi adultez, lo creí hasta que en Jamaica, vi los cabellos más
largos que alguna había visto.
Hoy cuando miro hacia
atrás sonrío, al ver mi cabello que me llega por debajo de mis nalgas.
Mi cabello, naturalmente mío
Un día cualquiera, y después de llevarlo corto por algún tiempo, decidí dejar crecer mi cabello libremente. Mi decisión estuvo basada en un tema de comodidad. Quería dejar de pensar en mi cabello como una carga, quería vivir mi vida más livianamente y dejar mi cabello en paz. Fue entonces que decidí usar ¨dreadlocks¨. Esta decisión no fue el resultado de ninguna convicción o manifiesto político alguno, fue solamente el intento por una forma naturalmente hermosa y fácil. Sabía sin embargo, y como no saberlo, que la mejor forma de llevar el cabello es su estado natural, pero a pesar de lo anterior, el proceso no fue fácil. Eso no tuvo necesariamente que ver con mi cabello, más bien, tuvo que ver con fuerzas externas que se empeñaban en convencerme de que esa no era la decisión correcta. Amigos cercanos e incluso familia cuestionaron mi decisión. Incontables fueron las veces en las que recibí los irrespetuosos ¨¿cuándo vas a hacer algo con ese pelo?¨ o el clásico ¨ese pelo parece un nido de ratas¨ etc. Debo admitir que aun para mí, hubo momentos en que tuve que volver a hacer las paces con la imagen que me encontraba en el espejo. Estaba tan acostumbrada a mirar esa imagen a través del cristal que otros habían construido sobre mí, que no siempre fue fácil. Con el inicio del proceso, también continuaba un camino de amar mi cabello de la forma como me fue entregado. Un proceso con el cual yo ya estaba comprometida, pero que mi entorno no necesariamente apoyaba.
Sin embargo sobreviví y a pesar de las voces que intentaron de persuadirme de mi decisión el resto es historia y hoy mi cabello, que llega más abajo que mis nalgas, luce hermoso, sano y recibe halagos diarios incluso de personas que en otro momento reprobaron mi decisión.
Toda esta historia, que se asemeja a un viaje hacia el descubrimiento de algo más allá de nosotras, es solo un relato sobre el retorno a mi cabello natural. (…como si tuviera que haber una historia detrás del cabello…) Es que es solo el cabello con el que fuimos enviadas al mundo, es solo una característica más de nuestra imagen física. Pero resulta que esto del cabello africano, del cabello crespo, del cabello afrodescendiente parece un viaje de avenidas, de idas y de regresos. Parece un viaje a un mundo que no nos perteneciera, a un mundo ajeno, un mundo que también, nos fue arrebatado.
¿Cuándo fue que convertimos nuestro cabello en un instrumento de batalla? ¿Cuándo fue que nuestro cuerpo empezó a ser tratado como un arma o como un instrumento de reivindicación? ¿Cuándo fue que comenzamos a defendernos y a construir mecanismos para recuperar algo que siempre debió pertenecernos? Y es que a pesar de saber de memoria las respuestas a estas preguntas, no deja de ser difícil hacer la paz con este proceso que hoy continúa lastimando y castigando los cuerpos de las mujeres negras. Se nos arrebató la posesión de nuestros propios cuerpos, se nos negó la posibilidad de simplemente Ser. Esas violencias contra la imagen física de las mujeres negras llevaron a la des-personificación y a la ¨cosificación¨ de nuestros cuerpos, y hoy irónicamente, tenemos que defender y reivindicar el uso de nuestro cabello en su estado natural. Resulta que llevar nuestro cabello natural es un acto ¨político¨.
Entiendo sin embargo, que todo esto va mucho más allá de nuestro cabello. Se trata del camino que nosotras, mujeres negras, estamos recorriendo hacia nosotras mismas, hacia la develación de nuestra propia verdad. Se trata de establecer y reconocer patrones diferentes de belleza, de desaprender comportamientos y prácticas que fueron convertidas en ¨normales¨ y que van en contra de nuestra propia naturaleza. Se trata de recorrer el camino al revés y volver a apropiarnos de nuestros propios cuerpos, de nuestra propia imagen, de nuestra propia historia. Es imperativo repensarnos desde una perspectiva propia, desde nuestras diferencias como pueblos. Es imperativo la edificación de una mujer negra o afrodescendiente que se valore desde nuestros propios estándares y no desde patrones muy bien aprendidos e impuestos por los enemigos.
A menudo Illari lleva el cabello suelto a la escuela. Su insistencia me dejó sin armas y sin excusas y finalmente accedí, entonces ella orgullosamente lleva su cabello como una corona. Ella acabó por derribar mi miedo al rechazo, porque ella esta tan segura de sí misma y de la hermosura de su cabello que nunca tuvo temor. Illari me está enseñando a no temer y hoy estoy segura de que yo también llevo una corona. Mi cabello natural es mi corona.
Gracias al trabajo de muchas mujeres, a ella le ha tocado vivir tiempos mejores. Todos los días nos encontramos mujeres llevando su cabello afro o hermosas trenzas, o luciendo moños de diversas formas y tamaños, todas con su cabello natural. En la escuela, algunas maestras y muchas niñas lucen sus cabecitas con sus coronas naturales y se sienten lindas. Las cosas siguen cambiando y hoy mi pequeña no siente miedo de llevar su cabello suelto a la escuela. No tiene miedo a ser albo de las burlas y del irrespeto de quienes se sienten con derecho de tocar, oler o mirar con desdén su hermoso cabello. Y si eso sucediera, ella tiene las respuestas y las armas para seguir actuando en concordancia con su corona, como una reina en formación. Porque lleva su cabello como una corona, como un premio que la adorna y la hace más bella, más humana, más completa. Pero ella ni se entera, porque es solo natural, no tiene ese peso y esa racionalización casi absurda, que nos hace a nosotras activistas, llevarlo como un acto político o como una declaración de guerra. Porque llevar el cabello en su estado natural no debería de tener nada de político, es solo mi cabello, mi hermoso cabello. Mi corona.
Yo sigo cambiando y creciendo. Porque esta es una tarea de todos los días y yo estoy lista para aprender y cambiar. La programación mental y estos malditos patrones sociales son muy poderosos y requieren de educación, voluntad y de una cultura transformada y transformadora desde adentro y desde afuera para desaprender tantos patrones, comportamientos y prácticas que con tanto éxito nos fueron impuestos.
El trabajo que he intentado hacer con mis hijas, hoy se me devuelve. Hoy tengo que agradecer a Illari que a sus ocho años, me enseña todos los días a no sentir miedo. Porque es muy doloroso tener que vivir con miedo. Illari me enseñó que mi cabello es mi corona. Yo soy una reina. Fui coronada desde el principio con un hermoso y frondoso cabello. Me toca entonces llevar mi cuerpo, mi cabello y mi alma con garbo y con honor, como la reina que soy.
Comentarios