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Mostrando entradas de 2017

De madres negras y del miedo que se siente

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Inti tiene 15 años. Una tarde de la semana pasada  al llegar del colegio me preguntó, casi a modo de reclamo, que por qué razón  no le había hablado sobre el protocolo a seguir  ante un eventual encuentro con la policía. La pregunta surgió a raíz del tema del día en ONYX, un club en su escuela, que reúne a estudiantes  en su mayoría afroamericanos,  para discutir asuntos  que atañen a su comunidad y afectan a los jóvenes. Ante la pregunta, siento un frío extraño que me recorre el cuerpo, me aprieta el alma y me llena de una sensación de impotencia ante una realidad ante la cual  no tengo ningún control y que amenaza la vida de mis hijos y de tantos  jóvenes negros.   La pregunta de Inti, solo me reconecta con una realidad,  que cuando viene a mis hijos, finjo no ver, por miedo o por negación, pero que me  golpea ese instinto (que algunos hasta niegan que existe),   de protección  a mis hijos . Porque ...

Mi cabello Mi corona

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Illari quiere llevar el pelo suelto a la escuela. Ha insistido por meses y yo finalmente, sin más armas y sin más excusas he accedido. Ha sido un ejercicio mental, un ejercicio de identidad y un triunfo para mi alma. Confieso que no ha sido fácil. Confieso que a pesar de mis tantos y tantos años con mi cabello natural, de mis tantos años como activista y mis luchas por la aceptación y revaloración de nuestras características físicas, ver a mi hija con su cabello suelto, no acababa de tener una forma correcta en mi cabeza. Ha sido una aventura lidiar con la idea de que mi hija lleve su cabello suelto y lo más importante, aprender a gustar de él.   Para ella sin embargo,  ha llegado naturalmente. Ella ha crecido rodeada de mujeres que valoran y aman su cabello, incluyéndome a mí misma y a su hermana mayor. A sus ocho años, le ha tocado vivir la mayor parte de su vida en Brasil,  en donde nuestra vida transcurrió alrededor del movimiento de mujeres negras y ha sido...

CRONICA DEL REGRESO A GUINEA Y LA SENSACIóN DE ESTAR EN CASA.

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Guinea me recibió  con la puerta abierta  y llena de sonrisas como si regresara de largo viaje que hubiese emprendido hace solo un par de años. Entro en Guinea por el aeropuerto en Malabo, la capital del país, un aeropuerto que parece salido de un cuento que un día quiero escribir,  sobre un pequeño  pueblo en el que todos se aglomeran en la estación para esperar a sus seres queridos. Aun sin haber pasado por migración puedo observar al otro lado de las ventanillas  una sala bulliciosa y repleta de gente que aguarda ansiosa la llegada de los suyos. Algunos  sacan maletas o cajas enormes de la faja que poco a poco va exhibiendo el equipaje recién retirado del avión.  Es entonces cuando veo a los míos,  a quienes apenas conozco pero que  aguardan por mí, tan ansiosos como yo. Aguardan también  por algunas otras personas que en el mismo vuelo arriban para participar en el evento que nos ha traído hasta aquí. Estoy f...